El color de la libertad

Oliver dejó sus ropas en el armario de mamá y supe que me costaría librarme de él. Cuando estábamos solos, solía llamarme vago y cosas peores. Delante de mamá me palmeaba la espalda y hablaba de cualquier tontería mientras yo miraba con interés la mugre de la ventana. Su risa habría las heridas que ocultaba mi jersey.

 Aquella noche un golpe de viento cerró la puerta, y me estremecí cuando vi la sombra que proyectaba su figura siniestra. Apestaba a vino y yo sabía que le apetecía divertirse. No fue complicado. Me persiguió, como siempre, y lo empujé para que rodara por las escaleras. Desde la barandilla miré la silueta temblorosa que yacía en el suelo. De su cabeza manaba el río oscuro y burbujeante que me haría libre.